miércoles, 19 de noviembre de 2014

Kalesija Grad War Memorial - Bosnia en moto.

Había salido pronto de Pristina y me había cruzado Serbia y Croacia en un suspiro. Eran las cinco de la tarde y mi estomago había aguantado estoicamente una de mis interminables jornadas con un café Turco, una chocolatina, alguna Redbull y tres cervezas en Vukovar.
Mi mente aún mantenía fresca la imagen impactante de los cientos de sacos de arena apilados al lado de la carretera justo después de cruzar el Rio Sava por el paso fronterizo de Orasje, en Bosnia, impactada, repasaba una y otra vez la postal macabra que me habían regalado algunas casas tiroteadas, reconstruidas o derruidas, casas, que me habían flanqueado a lo largo de la carretera hasta pasado Tuzla.
Había visto decenas de fotografías por internet de esa zona de Bosnia, cierto, y en ellas siempre brillaba el sol, cierto también. 
Tenso y contrariado no llegaba a entender porqué el cielo me castigaba con esa lluvia persistente y sus algodones negros oscurecían mi camino hasta el punto de que ya no tenía claro si estaba disfrutando de rodar en moto o quería desaparecer de aquel terrible y triste lugar. La carretera, encharcada, estrecha y algo maltrecha estaba flanqueada por frondosos bosques y bajitas montañas que se encaprichaban en engullirme una y otra vez. Mi mirada, tan atenta a la carretera como distraída por la historia miraba entre asustada y abducida a través de la pantalla del casco.
Espitoso por mi cansancio y superado por mi imaginación decidí parar en Kalesija justo antes de rebasar un semáforo en verde. Mi teléfono llevaba horas sin cobertura GPS, no funcionaba bien, y a esas alturas, desorientado y perdido no sabía  muy bien hacia donde debía seguir. Los repetidos intentos de meterme en el buen camino de los Serbiobosnios que se acercaban a mi con una sonrisa no mejoraban mi situación, y eso que ya éramos ocho incluyéndome a mi alrededor de la moto. Los carteles en cirílico tampoco ayudaban a elegir mi dirección, su traducción al latín, se me mostraba tachada con pintura negra fruto de la tensión que aún se vive en la zona.
Al salir de Kalesija dirección sud y a la izquierda un gran cartel llamó mi atención, "Kalesija War Memorial". 
Como si de una invitación especial se tratará el cielo me daba una tregua, un seco respiro. Giré a la izquierda y paré en un aparcamiento triangular, en el centro, una portalada franca me indicaba inconfundiblemente por donde debía continuar a pie. Cogí la cámara de fotografiar y entré por la portalada hasta la antesala de una gran explanada de monolitos blancos constrastados con un cesped verde, en medio del pasillo de piedra una glorieta daba paso a un largo camino, al fondo, una marmolada con miles de nombres que solo llegué a imaginar porque nunca avancé hasta ellos.
La extraña sensación de una presencia tras de mi me perseguía desde que había entrado en Bosnia, pero es que en ese memorial esa presencia se hizo demasiado sensorial, tanto, que me giré un par de veces para cerciorarme de que estaba solo. Cogí la cámara y miré por la mira, veía tantos monolitos blancos que no sabía como encuadrar el marco de esa fotografía. El objetivo de la cámara giraba sin cesar a izquierda y derecha incapaz de fijar el enfoque, demasiados objetivos. Mis manos empezaron a temblar y en un acto reflejo apreté el botón. En modo ráfaga la cámara empezó a escupir como años atrás imagino lo hicieron las ametralladoras, esa misma imagen se me pasó por la cabeza mientras oía el xac, xac, xac, xac, xac... Y un largo frío recorrió mi cuerpo hasta que el dedo levantó, el silencio volvía a hacer acto de presencia en la penumbra acuartelada de la tarde, solo roto, por las gotas que volvian a caer.
Me levanté y miré a través de la pantalla todas las fotografías que había hecho en ese instante, habían tantas, como desenfocadas estaban. De una gran tirada solo se salvó una, y al ampliarla, el pie de la Flor de Lis me invitaba a leer Abidovic Ramiz Ramo, 26.06.1972  - 30.05.1992, a su lado, en el monolito contiguo, se leía Abidovic Ramiz Hariz, 07.07.1968 - 30.05.1992, dos hermanos pensé, mientras la piel se erizaba en todo mi cuerpo. 
Levanté la mirada incapaz de dar ni un solo paso al frente, fijamente observé y leí todos y cada uno de los monolitos que mi mirada logró captar. En todos y cada uno de ellos se inscribía la macabra fecha en que las personas dejaron de ser personas a su paso por Kalesija un 30.05.1992. 
No son pocas las veces que cuando voy en moto siento esa extraña presencia detrás de mi, a veces me incomoda y en otras pienso que ese alguien o algo responde a un familiar, a un amigo, o a un motero que ya no está entre nosotros. Me gusta creer que nos protege y nos da un golpe ficticio cuando pegamos un cabezazo.
Ese día en Kalesija tuve la sensación de que ese alguien o algo me había acompañado hasta ese memorial para recordarme que hay personas que necesitan ser visitadas y recordadas. Y no presisamente por lo que vivieron, no más de diez años en algunos casos, más bien, por lo que les arrebataron y nunca debería ser olvidado.
La vida.




 




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