Viernes, Sábado y Domingo de dejavu.
Es la una. Acabo de meterme en la tienda y el saco. Fuera
siguen Roberto y José Luís, junto a la hoguera, hablando en la calma de la
noche propia de una zona cerca de Trenti. Creo que estamos en la Toscana, y si
no es así que le cambien el nombre a Tuscani, nuestra vecina aldea.
Es domingo, apenas hace dos días empezó esta nueva aventura,
al salir de Salou, al pasar por las Costas del Garraf, la carretera de
Vallvidrera, el Tibidabo y su famoso avión. Aquel qué me daba tanta impresión
cuando lo montaba de crío.
A mi llegada a Barcelona me vi rodeado de grandes viajeros
en moto. Como si de un gotero se trataran iban llegando Sergio, Ovi, Julio, el
cuñao, el primo, Sisco, Manuel, Roberto, José Luis, Olga. Las conversaciones
eran tan amenas que sin darnos cuenta nos habían pasado cinco horas. Olga se
empeñó en acompañarnos a la estación
marítima. Imagino que no nos vio muy enteros.
Poco más de las diez y embarcamos puntualmente. Sin pasar
por la casilla de salida nos atracamos como cerdos y bebemos como reyes. La
discoteca gritaba chumba-chumba haciendo las delicias de varias quinceañeras y
recordando su época más gloriosa y glamurosa, una época que no tiene pinta de
volver. Los camioneros allí presentes lo sabían mejor que nadie.
Ando cansado y me voy a mi rincón, detrás de la sala, de las
últimas butacas, allí me espera mi esterilla , mi saco y mis sueños. Roberto se
fue furtivo al camarote de Jose Luís, un camarote compartido con dos camas
libres, bueno, ahora ya solo con una. Me invitan a ocupar esa cuarta pero
declino la misión de las alturas ocultando la verdadera razón, decido dormir en
el suelo. ¿Qué cual es La razón?
- Meteros con tres osos en cuatro metros cuadrados y lo
entenderéis.
Dos horas de retraso, salimos del buque de noche, rodeados de rotondas, conos y balizas
totalmente desconocidas. Me pongo al frente y salimos de Chivitavecchia sin
observar tan siquiera sus encantos. Acampamos después de ochenta kilómetros de
carretera en obras que nos lleva
directamente al primer ¡párrafo del presente escrito.
Así que acabo estas líneas con ambos en sus respectivas
tiendas, solo se oye nada, me voy a dormir, mañana quedan tres cientos
kilómetros hasta Ancona. Será domingo.
Me río. Me duermo con mi último pensamiento. La teoría de las piernas
cruzadas.
El domingo no mejora
A las cinco y media estoy en pie. Roberto y José Luis me
imitan a las seis. Salimos del olivar donde
hemos acampado dirección la costa. La carretera transcurre entre montañas y
pueblecitos arropados por el verde y el ocre de los árboles. La carretera está
en muy mal estado y sufrimos las grandes lecciones de conducción de los
Italianos. ¿Europeos? ¿Estáis seguros?
Llegamos a Ancona y se nos aparece Don Marmota en forma de
día. Nos encierra una vez más en un ferry , revivo un terrible dejavú. La sala
de butacas está llena y nosotros hemos sido algo torpes y lentos al subir. El
suelo parece una congregación de capullos. De seda. Por los sacos digo.
Volvemos a comer como cerdos en la terraza de de la cubierta, más tarde un
perro que se ha escapado de su jaula corretea por la zona de la piscina metiendo
el hocico en todo lo que le huele a familiar, y en lo que no le es familiar
también. Para finalizar su actuación, deja un mojón justo a la salida peatonal de la
cubierta. Como no puede ser de otra forma Roberto y yo andamos descojonándonos
de la situación y de quien pisará la mierda.
Toca siesta, la sala de butacas se presenta ante mí como el
escenario de una ópera desagradable al olfato. Su sonido, el de su sinfónica os
lo podéis imaginar. Suerte de Roberto que le mete el trombón para disimular esos
acordes arrítmicos de sus acompañantes y enderezar la actuación.
A las ocho de la mañana desembarcaremos en Igoumenitsa. De
allí rodaremos hasta Meteora, desde donde con total seguridad colgaré esta
crónica y alguna foto.
Muy buena Alex, sigue informando. Mola. Buena rutaaaaa!!
ResponderEliminarGracias Juan.
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