sábado, 7 de junio de 2014

TSM - 4 - Entramos a Asia


Salimos de Estambul con el sol intentado empujar las nubes, parece mentira que el todo poderoso astro rey no pueda deshacer un simple algodón.

Tengo que daros dos noticias, como el chiste, una buena y una mala. ¿Cuál queréis primero? – ¡La malaaaaa! ¡Qué negativos sois, coño! La mala es que ayer os mentí cuando os dije que entramos en Asia por el puente Galata. Sí, bueno, no os mentí del todo, la verdad es que Roberto y yo creíamos que así era. ¡Ahora la buena, la buena! Veis, en positivo mucho mejor.

Andamos por una autovía de circunvalación de Estambul cuando aparece en una curva gigante una caravana de tres pares de cojones. Al parecer me estoy acostumbrando a poner cara de haba y meterle morro a la cosa, así que sin pensarlo y tirando al frente me la salto por  la tangente y me la fundo por el arcén a lo macarrilla “tipical ispanish”. ¡Qué es eso! Mi visión no es capaz de aglutinar todo el acero que tenemos en frente. El puente. El puente que ha de trasladarnos al sueño, a la aventura. Ahora sí, una gran mole de acero suspendida con cables y soportada por pilares sin fin se presenta ante nosotros. Es una obra colosal que une dos continentes, el único puente en el mundo que hace esa función, Europa y Asia, entre el Bósforo y el Mar Negro. Así lo había soñado y así lo quería vivir, con una sonrisa en la boca por haber mentido o errado el día anterior, pienso y me digo… Ahora sí Alex , ahora sí, bienvenido a Asia. Bueno, como bien sabéis los que me vais siguiendo, mi otro yo también tuvo que decir la suya.

¿Cómo que bienvenido? ¡Serás cursi Alex! ¡Marica!
-          - No te pases
     - ¡Joder! Que entramos en Asia, esto es Asia y vamos en moto coño. ¡Esto no se hace todos los días imbécil! Tres continentes pisados en moto y el cuarto a pie, uooooooooooo. No tienes ni puta idea Alex.
-          - No te pases, y tampoco es para tanto, hay mucha gente que ya lo ha hecho antes.
-          - Ya, ya. Y a mi qué coño me importa lo que hagan los demás. Es mi momento, este es mi momento.
-          - Bueno, ya vale, cambio y corto.



Hay una novedad en este viaje que aun no sé si os había comentado, Roberto y yo vamos comunicados por unos Midland. ¿Estamos ante una nueva forma de viajar? No lo sé, pero la verdad es que nos lo pasamos genial. Mientras rodamos hablamos de la ruta, comentamos paisajes, momentos y nos reímos, sobretodo nos reímos. Parece que hemos acabado de encajar todas las piezas requeridas para que ese algo llamado convivencia funcione a la perfección.

Paramos en la autopista. Aun no hemos almorzado y llevamos unos ochenta kilómetros al este de Estambul. Roberto anda cabreado porqué no le funciona bien su intercomunicador y está enganchado a las charlas moteras en ruta, jajajaja. José Luís lía a la Turca entre dentro y fuera, dos y tres y hola soy coco. En fin, que la chiquilla nos trae tres tés a la terraza.

- Porqué has pedido tres tés si queríamos café?
-          - Yo no he pedido tres, le he dicho que éramos tres.

Vamos, que mientras José Luis le decía a la chica que éramos tres y si podíamos sentarnos dentro o fuera en un perfecto Español, la chica le preguntaba si queríamos tres tés en un perfecto Turco. Conversación para besugos donde solo se entendieron, en el gesto de las manos, tres. Algo es algo.

Antes a lo mejor me hubiera conformado, pero ahora no. Me levanto y entro en el bar, y en mi perfecto Ingles de costa mediterránea y noches de fiesta les pido un café. La chica se deshace llamando a otro camarero, su padre posiblemente. Al alzar la voz salen dos más de la cocina. Me acerco hacia donde hay una especie de nevera con cristal a modo de mostrador. La chica me enseña el bote del café, Nescafé, Nescafé, repite. Asiento con la cabeza a la vez que le suelto un “Yes” apuntándola con ambos dedos al más puro estilo American Football. Ella se ríe, y como todos y todas, hace la pregunta del millón. ¿Where are your from? España. De su boca empiezan a salir unos gemidos y vocablos que si bien no acabo de entender se asemejan a un orgasmo. ¡I like espain! ¡Ohhhhh! ¡Ahhhhhh! ¡Uhhhhh! ¿Yes? Pues a mí no me gusta la España en la que vivo respondo, total, nadie me entiende en Español. El camarero coge un vaso, mete dos cucharadas de café “nescafe” o algo parecido, se gira y le mete agua hirviendo, la de los tés, se vuelve a girar y posa el vaso encima del mostrador de cristal, junto a él un plato lleno de terrones de azúcar. La chica yace a mi izquierda, el camarero en frente, hablan, llaman a alguien y los de la cocina otra vez, por la espalda se me acerca otro hombre. Todos me miran y sonríen. Tiro un terrón de azúcar, el segundo terrón cae ante sus sonrisas y mi pensamiento lógico. ¿Qué coño miran? ¿Qué esperan? ¿De que se ríen? Me atrevo con el tercer terrón y solo cogerlo veo cierto incremento en la atención de todos. Solo tirarlo en el café explotan todos a hablar y a reír. La chica me dice tri, tri, tri… jajajajaja. Y como yo soy un payaso, a parte de reírme con ellos me decidí tirar al monte con un cuarto terrón y el éxtasis llego a ese bar. Los dos cocineros corrieron con las manos en la cabeza hacia la cocina, entraban y salían a la carrera descojonándose. La chica se partía la caja a mi lado mientras el camarero me decía. ¡No, no, no! ¡Y se reía! Acabe la actuación con un “Is tipical ispanish”.

Mejor que nos conozcan por ser dulces que por matar toros.

La lluvia es intermitente, llegamos a Ankara, la idea es pasarla tal y como lo hacemos, por la autopista y mirándola de reojo. Las autopistas en Turquía me están gustando, son de pago para los mundanos, para nosotros se presentan libres. En lugar de los peajes tercermundistas que tenemos en España ellos tienen unos peajes con mil cámaras y algún tipo de dispositivo electrónico que detecta al coche o la matrícula. Si teníamos obligación o no de pagar sello o impuesto, lo desconozco, solo sé que desde que estamos en Turquía hemos hecho saltar unas cuantas sirenas en los peajes, hasta la fecha, sin consecuencias. Eso hace aumentar mi sensación de furtivo al margen de la ley, algo, que por obligación y coherencia pocas veces puedo hacer.





Pasado Ankara nos paramos a comer en un pueblo. Hemos abandonado las urbes para entrar en la Turquía asiática, la interior, la mundana campesina y obrera, en definitiva, la Turquía que quiero conocer. Dejo el casco encima de la mesa de un bar y me acechan dos chicos jóvenes y dos más mayores. Los mayores en Turco y los jóvenes en inglés nos invitan a quedarnos a comer. Todos se deshacen en hacernos sentir bien. Es increíble, estamos en lo que en España sería un Frankfurt de barrio, vamos a comernos un Dürum y no soltaremos más de treinta o cuarenta liras por la comida y la bebida de los tres, al cambio unos quince euros.  Nos demuestran su interés, nos preguntan de dónde somos, de dónde venimos, a donde vamos. Nos acompañan durante toda la comida, miran el Iphone, los cascos, las motos… Son encantadores, generosos, amables.


Salimos sin destino fijo, la etapa del día está cumplida y solo queda ganarle kilómetros a la de mañana. Desde la carretera veo un puente de piedra clara a mi izquierda, junto a él un rio que pasa por un pueblecito que posteriormente sabríamos tiene setecientos habitantes. Hablo con Roberto para comentarle que qué le parece acampar en el río. Como a mí, le parece genial. Nos hace falta pan y bebida así que buscamos un market. El pueblo es pequeño, rural, con calles de asfalto roto, charcos y arena. El fango también está muy presente. A la izquierda veo un market y paro la moto en el hocico de un tractor, Roberto y José Luis proceden de igual forma. Roberto aun lleva puesto el traje de lluvia Spidi amarillo fluorescente, posiblemente, lo más colorido que jamás han visto los lugareños en muchos años. Cuatro o cinco hombres nos miran sentados cerveza en mano junto a la pared adyacente al market. Asisto con la cabeza en modo saludo, me lo devuelven y sonríen. Tres chiquillos avispados aparecen de la nada, uno de ellos conduce una especie de ciclomotor eléctrico, su cara es un poema. Ojos redondos y oscuros, abiertos y hambrientos de conocer. Su mirada se centra alternativamente entre las motos y nosotros, nos repasa y las repasa, sonríe, sonríe mucho. Los otros chavales revolotean alrededor nuestro, pero ese chiquillo ha llamado mi atención, será porque me recuerda en extremo a mi hijo Adriá. Le pregunto con gesto si quiere montar en la moto. Responde con entusiasmo señalándose con el dedo una y otra vez como sabedor que ha sido el elegido, y así será pues solo le dejaré montar a él. Deja rápidamente su moto eléctrica a un colega, se saca un teléfono con cámara del bolsillo que presta a un compañero para que le haga una foto encima de la “gordita”. Me mira, respetuoso, junto a la moto, está a la espera de la orden. Espera mi aprobación para saltar encima de ella, claro que sí, ¡Up champion! Sus zapatos sucios por el barro manchan el asiento de la moto, él se da cuenta y apresurado empieza a sacudir el barro con la mano a la vez que me mira a la espera de una reprimenda. Todo lo contrario, me río, le cojo la mano y se la aparto del barro del asiento. En Español y sonriendo le digo. – No pasa nada, sube y disfruta. Su cara vuelve a cambiar a modo feliz como si hubiera entendido a la perfección mi Español, y hace lo que le toca hacer, disfrutar como un enano con el manillar, los botones y dándole gas a fondo. Una cara y una felicidad que se contagia fácilmente. Roberto le pide la moto eléctrica, no se lo creen y se ríen, pero como si de una función de teatro se tratara todos asisten a la conducción de una mini moto eléctrica por parte de Roberto, ya sin el colorido del Spidi pero con unos tirantes y pañuelo en la cabeza que hace de la situación, una payasada, tanto, que arranca carcajadas a pequeños y mayores. Y allí estábamos, perdidos en la Turquía interior jugando con unos críos. Saqué la GoPro, quería grabar el momento cuando otro crio se la quedó mirando, no sé si sabía bien lo que era así que se la di. El chaval la cogió y la empezó a mover como si de un avión de juguete se tratara. No, así no, así. No tardo en enfocarse él, y saludar con la mano. Esperar a las imágenes… Después de comprar pan en el market pedimos por la bebida, al parecer debíamos ir a otro bar una calle por abajo. Un hombre avisó al avispado quien piloto de moto eléctrica se puso delante de la “gordita” a la vez que decía algo parecido a vamos, vamos. Así fue, el chaval nos hizo de guía hasta el bar de la bebida.




Acampamos al lado del río, junto al puente, dos jóvenes que habíamos visto en el market aparecen comiendo pipas como el que se ha perdido por la zona. Les damos entrada al campamento y allí se destapan con mil preguntas. Se esfuerzan en hacerse entender en inglés y nos preguntan por todo. Ven las cañas de pescar y nuestra intención, nos dicen que no, que allí no, nos guían a Roberto y a mí hasta otro lugar río arriba, allí son más grandes los peces dicen. José Luis se queda haciendo la cena.  



Volvemos sin un pez, seguimos sin suerte en eso de la pesca, pero Roberto no se da por vencido y lo vuelve a probar delante de las tiendas. No sé si se lo tiró en los morros, le dio en la cabeza o simplemente pescó, la cuestión es que saco un Lucio de palmo. Deberíais ver la cara de Roberto con su pez, la de un niño avispado, la mía, también. Después de cenar, en la oscuridad de la noche junto al lago y las pocas estrellas que iluminaban la estancia volvimos a hacer de las nuestras en modo “foto con exposición”, deberéis espera a verlas, son geniales.



Otra vez hizo presencia la lluvia, así que dejamos la sesión fotográfica y nos retiramos a las respectivas tiendas de campaña. La lluvia golpeaba a forma de nana mi tienda, cloc, cloc, cloclocloc, cloccloc, clic, cloc, clac, cloc… Y así, hasta que la madre tierra, acunándome, consiguió que conciliara el sueño. 

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